martes, 7 de julio de 2009

El Oleaje

Yo frente al mar, frente a las olas y su ruido, frente a su ilusoria eternidad.
Dios con su luna. La gravedad, un hijo más, sin culpa, ajena al incesante choque.
El omnipresente, todo suyo, el futuro suyo. También dueño del pasado, de la estupidez de mi hermana, de su error, de su olvido.
Frío ahora. Frío antes. En mi cabeza pequeños ojos, día nublado, tormenta entonces lejana, rayos vecinos. Él, metros hacia adentro, segundos de un minuto de vida, apenas nueve años, agua en vez de arena a su alrededor. Manos desesperadas, la playa diminuta a tal distancia, su pequeño cuerpo al son de las olas.
Ninguna vuelta atrás. Ojos irritados y ayudas callados. Sólo burbujas. En el piélago un pequeño cuerpo, mi hijo, mi sangre en azul.
Mi hermana, sobre la arena, rodeada de gritos, propios y extraños. Pequeños gritos, de primos y amigos. Ninguno mío, lejos, lejos como siempre.
Un purgatorio terrenal, sólo hasta hoy, sólo hasta la profundidad.
No más noches. No más penitencia. Pies mojados, descalzos. Suelo arenoso atrás, mi cuerpo húmedo hacia delante. El pelo pegado al cuerpo y la ropa pesada. Golpes continuos contra el pecho, mi cintura etérea, piernas sin pausa.
El cielo hundido, el aire arriba y mi boca abajo, ningún soporte, ningún dominio. El mar sobre el atardecer. Puertas del reencuentro.
Hola.